sábado, 8 de enero de 2011

Kayros

Para Amparo.


Pensaba en que nos contagiamos de niñez algunas veces.

   Como siempre se está habituado, todo comienza por el inicio. Estábamos con mis primos, los más pequeños, los que a la larga te dicen "tío", en el campo, el viejo campo de los bisabuelos. Una salida siempre amena a la edad en la que te sorprende y te maravilla el saltar de un saltamontes, luego a uno solo le sorprende una película de buena trama o un edificio de compleja arquitectura, sí, al que crece todo se le acompleja. Detrás de la casa, "las tumbas", llamadas así solo para asustar a los más chicos, viejas lápidas bendecidas que recordaban a los tatarabuelos, a los que ninguno de nuestra generación conoció. A la derecha de las tumbas se encuentra el aljibe. Esa salida que para los pequeños era ocasional, para los grandes era necesaria y con un objetivo.
   El descubrimiento fue el primer día de los primeros días de la primer estadía, días posteriores a los que a mi padre y a mis tías se les ocurrió poner en valor la antigua casona de los bisabuelos. Tener un lugar de escape de la ciudad no era una mala idea, restaurar la vivienda, desmalezar y embellecer el inmenso patio trasero para proyectar un quincho y una pileta, era la inversión perfecta para el ocio de los ya cuarentones nietos de los originales habitantes del lugar. El trabajo , como era de esperar, cayó en los jóvenes bisnietos. Desmalezar y desmalezar. El interior fue lo primero, barrimos, baldeamos, sacamos muebles, pasamos plumeros y destruimos las innúmeras viviendas arácnidas de aquellos rincones olvidados. Sacamos lo viejo de la casa y nos instalamos en ella para el trabajo.
  ¡Julián! ¡más cerveza! Nos emborrachamos. Todos los jóvenes bisnietos obreros, aprovechando una gran morada solitaria, era de esperarse que cada cual invitara a sus amigos, y estos amigos trajeran sus bebidas y sus porros. La casa vieja de los cuentos de fantasmas de la zona se iluminaba como si fuera una gran luz mala de ebrios tambaleantes y pedantes conversaciones de drogados. Las VI! eran tres luciérnagas volando en conjunto. Sentado en una madera no dejé de observarlas, eran luces que se juntaban hasta que explotaban para dispersarse y luego volver a juntarse para explotar de nuevo. Luces explotadas por quién sabe qué fuerza invisible. No se apagaban, solo explotaban para llamar la atención, para llamar mi atención. Mis pies movían lo que el alcohol había hecho pesar demasiado, me tambaleaba, pero en ese estado y momento era más rápido que el tiempo. Luciérnagas frente a mi cara. Las luces implosionaron hasta convertirse en una masa flotante de luz amarillenta, y mis ojos las miraban, y mis ojos se convirtieron en esclavos de esa luz que comenzaba a guiarme hacia el aljibe y las tumbas, y las tumbas se movían, y era yo el que se movía por la embriaguez, y la masa luminosa se posó en medio de las lápidas. Las rocas se escribían. Las rocas dijeron "Tirate".
   Tremenda cruda, ¿no, primo? Dios... ¿puede alguien apagar el Sol matinal? Tendido, en, el, suelo, despertado. Baño y leche de por medio, nos esperaba una tarde laboriosa. Desmalezar. Ampollas y manos sangrientas terminaron esa noche buscando alguno de los colchones que pusimos en el piso para descansar. Por más que el cansancio sea extremo, el insomnio es crónico. Y con conexiones cerebrales disfuncionales por experiencias que escapan a la comprensión de todos, inclusive yo, el Insomnio dominó mi segunda noche en la casa vieja. Calmantes y Jugo de la conservadora, Calmantes y Jugo de la conservadora y Vaso, Calmantes y Jugo de la conservadora y Vaso y Luciérnagas. Solo dos esta vez, como dos ojos estrábicos y amarillos, me invita esa mirada suspendida a seguirla de nuevo afuera, de nuevo a las tumbas y al aljibe. Frente a las lapidas me siento sobre el pasto, observando a los ojos danzar en el aire, ¡explotan y se hacen docenas! Puntos brillantes bailando en espirales, esferas, estrellas frente a mis ojos de insómnico y las tumbas... hablan nuevamente... se escriben por si solas... 

Tirate.

Al Aljibe... es claro, pero, ¿por qué? Estertores que no son míos, entre estertores escucho las palabras escritas en las lápidas. En el Aljibe lo fascinante, en la caída lo increíble, en el fondo lo que ya quiero descubrir. Estoy solo... no hay nadie que pueda detener mis actos que parecen suicidas, las estrellas arriba, las lápidas expectantes a un costado, las luces en el aljibe y el aljibe frente a mi. Tirate.
   Abajo, abajo, abajo. La caída libre hacia el fondo de todo esto. Mi hombro golpea las rocas, mi pierna lacerada por una raíz, y busco más, busco chocar con las rocas que se aproximan reduciendo el diámetro de mi camino, choca mi cabeza, se golpean mis brazos, y las rocas se vuelven suaves, y ya no son rocas, y se humedece mi camino, lucho para avanzar, y una mano en mi cabeza, y una claridad que enceguece. Olor a Hospital y mi madre me nombra por segunda vez, y me lavan por primera vez por segunda vez, y por segunda vez no veré claro hasta dentro de dos semanas, y por segunda vez no emitiré un sonido claro hasta dentro de 4 meses, y por segunda vez no caminaré hasta el año y medio. Pero por primera vez, en esa segunda vez ya estaba consciente de todo y ya sabía que sería inmortal con solo tirarme a un pozo.

Los poemas de amor son una mierda.

La amo cuando se sienta frente al piano, la amo cuando apoya su cabeza en mis hombros y con su respiración marca el tiempo con el que sonrío...